jueves, 24 de octubre de 2013

Las Cosas Claras

Guapa, son las 9:30 am.

Genial. Teníamos que levantarnos a las 8:30 de la mañana, era una hora tarde. Por mi lado no había problema, pero La Guapa tenía que coger un avión a las 2 de la tarde, y llegar al aeropuerto no era trivial.

La Guapa corrió a la ducha, mientras yo armaba la maleta. Su súper eficiente despertador justo decidió dejar de funcionar en el día donde el tiempo era justo. Ella salió de la baño, y siguió ordenando mientras yo me duchaba. Cha mare, nuestro último día juntos, y sería todo a la volada.

Al salir, nos tomamos un momentito para por lo menos desayunar juntos, tranquilos. Pero claro, no duró mucho. Había que botar a la basura toda la comida que había sobrado y que se pudiera malograr. Había que dejar todo en orden. Ella se empezó a secar el pelo, y yo limpié el refrigerador. Genial, el perejil se había pegado a la pared, y se había formado un bloque de hielo. Justo lo que necesitábamos...

Logramos salir del depa a las 11:20, veinte minutos más tarde de lo planeado. Vamos, nada grave, llegaríamos hora y media antes del vuelo, no era descabellado. Me preocupaba un poco que La Guapa se negara a correr, pero bueno, c'est la vie, hay batallas que no se pueden ganar.

Llegamos al metro, y cargamos las maletotas por las escaleras. Nunca antes hemos extrañado tanto un ascensor. Esperamos.... dos minutos... cinco minutos... diez minutos... El porco metro no venía. Los nervios empezaron a aumentar. Cuando por fin pasó el metro, venía repleto, pero no había problema, ya estábamos ahi. Revisamos el itinerario, teníamos que bajar en la novena parada, cambiar de línea, seguir una parada más, y llegaríamos a la estación de tren (les dije que llegar al aeropuerto no era trivial, ¿no?). Por suerte, la estación donde teníamos que hacer el cambio la conocíamos bastante bien, no nos perderíamos.

El problema ocurrió luego de la segunda parada. De repente, el metro bajó su velocidad, y se detuvo. En los diez días que habíamos estado tomando esa línea, esto nunca había pasado. Por supuesto, tenía que ser ese día, estando ya unos 30 minutos tarde. La Guapa me miró, no me extraña, me dijo, las cosas nunca salen como yo quiero. Tengo que admitir que me alivió, tenía miedo que me echara la culpa, ustedes saben, como este tipo de cosas nuuuuuuunca me pasan a mi...

Anyway, un anuncio del metro nos dijo que estaban realizando reparaciones, y que teníamos que cambiar de línea en la siguiente estación. Asustado, miré el mapa... pero teníamos suerte, esa también nos llevaba a donde queríamos ir. Incluso nos ahorrábamos una estación.


Pos na, seguimos las instrucciones y cambiamos la línea, todo muy fácil. Habíamos sufrido una pequeña demora, pero nada demasiado crítico. Nos dirigimos hacia la penúltima estación, donde faltaba un cambio para llegar a la estación de tren.

En esta penúltima estación, que supuestamente conocíamos bien, descubrimos que no teníamos puñetera idea de a dónde estábamos yendo. Caminamos, y caminamos, y caminamos... subimos y bajamos escaleras, volvimos a cambiar, volvimos a bajar escaleras... y luego de todo eso, llegamos a la línea equivocada, la que estaba en reparaciones. Cha mare.

Seguí corriendo... y cuando hablo en singular, es porque es verdad, La Guapa andaba como 400 metros detrás mío (¿les dije que ella no corría, no?). Avanzamos y avanzamos, seguimos bajando y subiendo escaleras, y en eso ¡llegamos! No solo eso, sino que para cuando La Guapa llegó, justo pasó el metro que necesitábamos. ¡Ya casi estábamos en la estación de tren!

Pero ahí no acababa el asunto. ¡Había que encontrar el tren! Como ocurre en todas partes, los edificios que son estaciones de tren y metro al mismo tiempo son medio caóticos y grandes, que implica seguir corriendo y subiendo y bajando escaleras. Le pregunté a una asistenta sobre el tren al aeropuerto, y me dijo que salía a las 12:05. ¿Qué hora era? ¡Las 12:00 en punto!

Pero llegamos. Llegamos al tren. Estábamos asquerosos del sudor (okey, yo estaba asqueroso del sudor, La Guapa dizque no suda), teníamos los brazos atrofiados de tanto subir y bajar maletas por las escaleras, habíamos empujado otros turistas fuera de nuestro camino, ¡pero estábamos en el tren! No solo eso, sino que recordamos que el avión de La Guapa salía a las 2:15, ¡así que estábamos sólo media hora tarde!

Por supuesto, a pesar de todo, La Guapa casi perdió el avión. Vamos, tuvimos que despedirnos casi a la volada, y ella llegó a la puerta de embarque justo antes que cerraran el avión. Realmente, fue una suerte que no perdiéramos ningún metro, ni el tren, no la hacíamos de otra manera.

Bienvenida a mi mundo, Guapa. Seguro que si pensaste que los desastres del viaje del año pasado fueron una excepción, ahora las cosas estarán más claras, ¿no?