jueves, 20 de octubre de 2011

Sono Incazzato

 De vez en cuando hay días en los que uno se da cuenta que era mejor quedarse en la cama.

Como hoy, por ejemplo. Todo empezó a las 7:30 am, cuando sonó mi despertador. Era hora de ir al gimnasio.

Claro, normalmente me levanto a las 6:30 am para esto, pero hoy no. Ayer me quedé hasta la 1:00 am trabajando en un paper que parece que no va a salir nunca, y me fui a la cama de mal humor. Me dije, ok, esta vez duermo un poco más, y desplazo mi día una hora.

Anyway. En efecto, me levanté a las 7:30 am, y encontré Roma en pleno diluvio universal. Rayos, truenos, lluvia, todo. Me dio la impresión que era mejor no ir al gimnasio, es más, con esta lluvia fácil era mejor quedarme en casa todo el día, trabajando. Me asomé a la ventana para ver qué tan mal estaba el tiempo... y vi mi ropa completamente empapada. Me había olvidado de sacarla del tendedero el día anterior.

Bueno, no pasaba nada, la lavaba otra vez y listo. Vamos, a sentarse y a trabajar. Empecé, revisé el correo que mi ex-jefe de Valencia me había mandado el día anterior, regresó el mal humor, y seguí corrigiendo cosas. Pero avanzaba. Quiero que este condenado paper salga ya.

Pasó una hora, y mis compañeros de piso se despertaron. Saludos y tal, que no, me quedo en casa, no usaré el baño ahora, entren nomás. Y luego empezó. Mi compañero de piso empezó a cantar en la ducha.

Por lo general no me hago rollos con este tipo de cosas, mi concentración generalmente es buena. Pero yo estaba de mal humor. Y él parecía esforzarse en cantar lo más alto y lo más desafinadamente posible. Por mi cabeza empezaron a pasar mil cosas. Que no me puedo concentrar. Que por qué justo hoy decide cantar. Que por qué, si yo apago mi música cuando ellos estudian, él no puede estar zitto si yo estoy trabajando. Que no, el no sabe que tú estás de mal humor. No es su culpa. Pero si ellos me piden que me calle cuando estudian, yo también les puedo pedir que se callen, ¿no? Claro. Ok.

Salí de mi habitación, y le pedí, detrás de la puerta, que bajara el volumen. No me oyó. Me acerqué más a la puerta, y grité (amablemente) que baje el volumen. Y justo en ese momento, él abrió la puerta y me dio en la cara. Genial. A contar hasta diez. No pasa nada...

De vuelta en la habitación. Por fin, podía trabajar. Mi compañero de piso bajó el volumen... pero sólo por diez segundos. Otra vez. A cantar. Ok, decidido, no me quedo en casa trabajando. Me voy a Frascati, bajo la lluvia.

Apagué la laptop, me di una ducha volando, y salí a Termini. No desayuné, podía hacerlo en la estación, lo principal era no perder el último tren. Llegué al ascensor... y estaba ocupado. Okey, no pasa nada, no hay que aumentar el mal humor, estás tarde, pero se puede bajar caminando. Al hacerlo, descubrí que el ascensor se había malogrado, y estaba estancado en el primer piso.

Abajo, encontré el diluvio universal. Abri el paraguas, y salí corriendo hacia la estación de metro (empapándome al cruzar la pista). La encontré cerrada, por supuesto, el metro se inunda cuando llueve. Me olvidé de contarles esa en el post anterior.

Cuando el metro está cerrado, el tráfico de Roma entra en caos. Totalmente. Ya me había pasado alguna vez que tomé el bus a Termini en vez del metro, para descubrir que más rápido es ir caminando. No obstante, imposible, caminar a Termini era un suicido bajo esta lluvia. Ya estaba empapado, y había estado sólo dos minutos en la calle, quién sabe cómo acabaría si caminara los 15 minutos a la estación de tren. Además, tenía mi laptop conmigo, y lo último que quería era que se mojara.

Regresé a casa... para encontrar el ascensor malogrado. Claro. A subir seis pisos. Vamos, no había ido al gimnasio, tenía que hacer ejercicio de alguna manera. Cuidado con el mal humor. Tranquilo.

En casa, dejé la laptop, vi que no se había mojado (gracias a Dios, porque mi mochila estaba empapada), me quité los zapatos y medias mojadas, me senté... y justo a la misma hora que el último tren a Frascati salía, dejó de llover.


Seguro que es una venganza de Chari, por haber hablado mal de ella en el último post. Maldita.

Decidí desayunar, y mi furia llegó al límite cuando el maldito yogurt de todos los días se resistió a salir de la caja. Bastardo, debería haberte lanzado por la ventana. ¿Por qué son siempre las tonterías las que molestan más a uno?

Anyway. A aguantar la furia. A no pierder la paciencia. No quieres pegarle un grito a nadie. Calma.

Al final, mis compañeros de piso se dieron cuenta que estaba veramente arrabbiato. Les dije que tenía que trabajar, y que me iba a encerrar en mi habitación. Ellos se quedaron afuera, y no hicieron mucho ruido. Me tenían miedo.

Pero necesitaba descargar. Estaba con todo esto encima, y sabía que no me iba a relajar fácilmente. Y tenía que terminar lo del paper. Decidi usar la táctica maravilla: golpear una pared. Vamos, es útil, uno descarga, y no le hace daño a nadie. Me acerqué a la pared más cercana, le di un golpe... y la abollé.

Me quedé un rato mirando el muro. Sí, ya sé que estoy yendo al gimnasio, pero no es pa' tanto. Malditos muros italianos. Esperemos que el dueño no se de cuenta cuando me vaya. 'Ta mare.

¡Pero ya! Más tranquilo, y encerrado en la habitación. ¡Ahora nada podía molestarme! ¡Podía avanzar!

Y en eso la maldita mosca se posó en mi cabeza.

Mi día se acabó entonces. Buona notte a tutti, ci vediamo domani.

domingo, 16 de octubre de 2011

El Transporte Público, Parte II

Ok. Luego de haber hablado del transporte público en Lima, me siento en el derecho de despotricar contra los medios de transporte acá en Europa.

Empecemos con Inglaterra. A decir verdad, al mudarme a Cambridge no pude experimentar el transporte público inglés. En Cambridge está de moda andar en bicicleta, y ya pes, algunas modas se siguen. Me compré mi bicicleta (llamada Chari, averigüen ustedes qué significa), y salí a la aventura.

Por supuesto, no llegué muy lejos. La condenada bicicleta no sólo pesaba como doce kilos, sino que tenía la buena costumbre de atraer todo clavo, vidrio u objeto cortante hacia sus llantas. Y claro, cuando mandar a cambiar una cámara de bicicleta costaba unas buenas 15 libras, me tuve que volver un experto en el cambio de cámaras. Quién sabe cuánto tiempo de estudio perdí allá simplemente cambiando la condenada llanta...

Pero no sólo eso, sino que aparentemente el contacto con mi cuerpo activaba un mecanismo dentro de la bicicleta, aparentemente conectado con la atmósfera, que desencadenaba una lluvia terrible cada vez que salía yo a la calle. Por supuesto, una vez terminado el paseo, y conmigo bajo techo, la bicicleta se veía sola bajo la lluvia, y convenientemente decidía detener la lluvia. No se vaya a mojar mucho, la pobrecita.

Maldita Chari.


En Valencia la cosa fue distinta. Teniendo que ir a Burjassot todos los días, la mejor opción me pareció usar el metro, bus o tranvía. Y descubrí que, a pesar que en Europa el transporte público no causa accidentes como lo pueden hacer las combis en Lima, acá ocurren otras cosas que pueden destruir la paciencia de uno. Lo que les contaré ahora tiene que ver con lo que ocurría en el año 2006, más o menos, ahora ha mejorado un huevo.

El primer rollo es la espera. Luego de tener la costumbre de salir a la calle y chapar la combi en menos de 10 minutos, tener que esperar 35 minutos por el tranvía se convertía en en algo realmente frustrante. Vamos, esto no ocurría muy seguido, pero las veces que pasaba, uno terminaba queriendo matar a alguien.

Los tranvías tenían la mala costumbre de aparentar burlarse de uno. En Valencia, claro, hay paraderos, uno no puede subirse al bus o tranvía en cualquier sitio. Por ende, una vez que se cierran las puertas y el tranvía avanza, estas no se vuelven a abrir hasta el siguiente paradero. El tema frustrante acá era que, a veces, existía un semáforo inmediatamente después del paradero, y una cosa que hacía el tranvía era cerrar las puertas, avanzar dos centímetros, y detenerse frente al semáforo. A pesar de que realmente no se había alejado del paradero, el tranvía no volvía a abrir las puertas. Si  no llegaste a tiempo, piña pe.

Aquellos que tomaban el tranvía desde Burjassot para luego cambiar al metro en la estación de Empalme sabrán de qué voy a hablar ahora. En esta estación el metro no es subterráneo, es más, uno en el metro ve al tranvía, y viceversa. Algo que ocurría mucho era que ambos, metro y tranvía, llegaban al mismo tiempo a la estación. Por supuesto, esperar a que la gente del tranvía llegue al metro era impensable. Uno veía a aquellos desafortunados que tenían que cambiar correr como locos... y ver como las puertas del metro se les cerraban en las caras, y ver al metro partir todo campante.


Otro tema son los buses nocturnos. Tener unas diez líneas nocturnas a partir de media noche, pasando una vez cada hora, no es bacán. Okey, tal vez no es Grenoble, donde los buses nocturnos empiezan a las ocho de la noche, y el transporte público se acaba a medianoche (en Grenoble no se sale de fiesta, no, no)... pero poner dos buses cada hora tampoco es un esfuerzo tan grande, ¿no?

Ahora, tengo que admitir que el transporte en Valencia ha mejorado un huevo. Hoy en día existe el ValenBici, que corrige el problema de los buses nocturnos (chapa tu cleta nomás). Además, los paraderos ahora tienen un código, de forma que uno puede enviar un SMS a un número, y te indican cuánto tardarán los próximos buses (así que si se demorará más de diez minutos, puedes tomarte un cafecito). Bacán.

Por supuesto, todo esto lo implementaron un par de meses antes que yo me mude.
Malditos.

De Padova no hay mucho que decir. También estuve en bicicleta, y los rollos feos ustedes los conocen.

En Würzburg no anduve en cleta. Allá había que tomar bus. Y bueno, también he hablado de las primeras complicaciones al respecto. A decir verdad, a pesar que la universidad se encontraba un poco lejos, y los buses no eran muy frecuentes, la cosa funcionaba. El problema principal era que costaba un hue-vo. Así, separado. Peor aún si uno se quería mover en tren, había que romper el chanchito en esos casos.

Por supuesto, hasta que descubrí el Mitfahrgelegenheit. Les toca a ustedes averiguar qué es. Y no me llamen maldito. Yo también me demoré un huevo en saber qué era, más aún en pronunciarlo.

No diré nada del transporte en Ginebra, porque básicamente sería repetir lo que dije de Würzburg, pero sin Mitfahrgelegenheit. Por suerte.

Y ahora... Roma. Ay ay ay ay...

Empecemos. Roma tiene dos líneas de metro. Sí, no se rían. Caput Mundi, que le dicen. Y tiene dos líneas.


No sólo eso. Ahora, la línea que uso, la Línea A, no funciona en la noche. Hasta las nueves nomas, jefe. ¿Y por qué? No, que estamos construyendo la Línea C, y hay que cerrar la Línea A, porque nos cansamos. Ahhh... ¿y cuánto tiempo llevan construyendo la Línea C? Pues qué decirle, jefe, serán unos cinco-ocho años.... Ahhh... auguri!
 
Las mañanas son lo máximo. ¿Han escuchado ustedes del problema de sobrepoblación en el mundo? ¿No se habrán preguntado alguna vez dónde está toda esta gente? Pues fácil, están todos metidos en el metro de Roma. TODOS.

¡Y qué decir de los trenes! No, señores, el problema no es que los trenes a veces están con retraso. ¡A veces pasan antes de tiempo! ¡Han habido veces que me he he quedado estancado en Frascati por 45 minutos porque el porco tren pasó cinco minutos antes!

Ustedes dirán, no pes, lo que pasa es que tienes el reloj atrasado. Tienes que sincronizarlo con el reloj de Termini. ¿Y cómo hacerlo, mis estimados, si cada reloj de Termini muestra una hora distinta? Así, así, ¡hasta con cinco minutos de diferencia! Por ello, pa ir a la chamba, siempre trato de estar 10 minutos antes en el tren. Mejor prevenir que lamentar.

Los buses también son otra historia. Acá también existe el sistema de Valencia, aunque no por SMS, acá hay que entrar a una página web y te dicen a qué hora pasa el bus (o sea, los que no tienen internet se fregaron). No obstante, este sistema no resulta muy confiable. Hace un tiempo estuve esperando la línea 87, alrededor de medianoche. El sistema indicó que un 87 pasaría luego de 30 minutos, y me dije va bene, espero. 40 minutos después, pasó un bus anunciando que iba al depósito, y luego el 87 despareció del sistema. Oops. Y claro, luego ya no pasaba otro. A caminar a casa, dai, 45 minutos más.

Maledetto...
 
Acá también podría seguir por bastante tiempo, pero ya me está saliendo larguito esto. Así que los dejo, sin otra esperanza que el sueño del carro propio. A mi me falta un huevo pa eso, creo...